LA DISTORSIÓN

Era feliz junto a ella. Los años que habían compartido, los hijos, la casa… todo era la viva imagen de una vida en armonía, de esas que no es fácil encontrar.

Aquella mañana de domingo, mientras tomaba el desayuno en la terraza, Ambrosio se regodeaba mirando a las niñas jugar en el jardín.

La suave brisa del mar acariciaba su rostro y el tibio sol de setiembre bañaba los primeros pimpollos de gardenias, bajo un cielo completamente despejado.

Su esposa a su lado, sostenía al nuevo integrante de la familia en brazos.

-El aire está demasiado fresco, cariño -comentó ella-. ¿Me esperas un momento? Traeré una manta para Augusto.

 

Recostó al niño en su cochecito y fue en busca del abrigo.

Pasaron varios minutos.

La criatura estalló en llanto y las monerías del papá no lograban calmar su angustia. Lo alzó hasta su pecho envuelto en la sabanita blanca de guarda turquesa con animales en ferrocarril, y salieron en busca de mamá.

 

-¡Ángela! -Repitió una y otra vez por la casa-. ¡Ángela! ¡Ángela! -Hasta que resolvió acudir a las hijas-. Niñas, ¿vieron a mamá?

 -No, aquí no vino -respondió la mayor.

 -El teléfono estaba sonando -agregó la pequeña-. Mami fue a contestar.

 -¡Vamos a buscarla! ¡Mami! ¡Mami! -Gritaban las dos.

 -¿Qué pasa? -Preguntó ella al encontrarlos.

 -Estábamos buscándote –intervino Ambrosio-. ¿Por qué tardaste tanto?

 -Ya estoy aquí –aclaró; y le  extendió el inalámbrico que sostenía en la mano.- Es para ti.

 -Hola. Hola… ¡Hola!

 Nadie contesta –replicó él-. ¿Quién era?

-Era… -Hubo un momento de silencio y ambos se miraron asombrados-. No recuerdo…

-Bueno, no te preocupes; si era algo importante, volverán a llamar.

-Sí, claro…

-¿Dónde está el rebozo?

-¿Qué rebozo?

-La manta que fuiste a buscar –solicitó impaciente.

Ella miró a su alrededor desconcertada: Las tazas estaban sobre la mesa y las sillas retiradas. Más allá de la terraza, junto al cerco, las niñas habían abandonado sus juguetes. Del otro lado, el viento sacudía suavemente el ceibo y las olas murmuraban a lo lejos.

-¿Te pasa algo? -La instó nuevamente.

-No sé de qué me hablas –repuso ella.

-Estábamos desayunando y fuiste por una manta para abrigar a Augusto.

-¿Ah, sí? –Frunció el ceño confundida-. No me acuerdo…

-Será mejor que entremos –concluyó Ambrosio-. El niño tiene frío.

 

Pasaron varias semanas y la incertidumbre aumentaba.

Ángela no lograba rehacer su vida habitual; estaba ausente, distraída, y se había convertido en el centro de atención.

El pequeño se negaba a alimentarse del pecho materno y la madre prefería no hacerle mimos.

Las niñas comenzaron a sentirse desplazadas y adoptaron una actitud de rebeldía.

Todo ello hizo necesaria la presencia de la abuela materna para comandar a los nietos, y reencauzar el hogar.

Un velo de preocupación se cernía sobre Ambrosio. Un amigo suyo intentó hacerle ver que descuidaba sus negocios, los cuales estaban siendo manipulados a sus espaldas; pero solo logró avizorar el problema, en el punto en que se vio impelido a reconocer que estaban al borde de la quiebra.

El equilibrio perfecto estaba roto.

En un abrir y cerrar de ojos la seguridad en que moraba la familia, se había precipitado como un castillo de naipes.

Aquel hombre no lograba convencerse de que quien fuera su compañera ideal, lo trataba como a un desconocido negándose sistemáticamente a acercarse al lecho. Los hijos no reconocían su autoridad, y ya no disponía de medios para hacerse cargo de la casa.

¿Cómo pasó todo eso? ¿En qué fatídica hora su mundo se hizo trizas?

Por un momento sintió el deseo de abandonarlo todo aún a sabiendas de que no podía rendirse, porque el peso de las circunstancias parecía desbordar sus fuerzas.

Entonces, en medio de la soledad que lo embargaba, en el dormitorio que solían compartir, unas palabras de Ángela quebraron el silencio como un eco muy lejano.

-Ambrosio, cariño…

Parecía tan antigua aquella entonación…

-No puede ser –se dijo-. Ya no se dirige a mí de ese modo.

-Aquí estoy… ¡Mírame!

Levantó la vista que tristemente reposaba sobre la alfombra; sintió una presencia detrás que lo indujo a volverse, y allí estaba ella, de pie, detrás del espejo.

Se apresuró a tocarla, pero el frío del cristal se interponía entre ambas manos; y en la otra, Ángela sujetaba todavía el edredón turquesa de Augusto cuya guarda blanca tenía estampados diversos animales en los vagones de un tren.

-¡Ángela! Mi amor…

Tan solo un instante fue suficiente para reconocerla, y contados los segundos que pudo verla, antes de que desapareciera en una bruma espesa y gris.

Corrió a buscar a la impostora. La condujo a rastras hasta su cuarto.

-Ahora me dirás por qué razón no puedes atravesar esta puerta –exigió.

Ella lo miraba crispada, pero sin hablar. Sus pupilas dilatadas, el rubor de sus mejillas y la palidez de sus manos le causaban cierto grima que no llegaba a entender, mas no se dejaría apabullar por la pena.

La obligó a ingresar en la habitación y a mirarse en el espejo.

Una vibración seguida de ondas concéntricas, perturbaron la superficie pulida que pareció estallar y desintegrarse. Aquella mujer fue absorbida y la otra expulsada del hoyo en una misma enigmática contracción. Inmediatamente las partículas se reunieron flotando en el ambiente, en una danza de luz. El espejo quedó reconstruido y regresó la calma.

Ambrosio alzó a su esposa en brazos y la recostó en la cama. Ella suplicó ver a sus hijos con una sonrisa en los labios…

Hacía mucho calor. La tarde se acercaba al ocaso.

Las niñas corrían descalzas por la arena y Ángela amamantaba a su bebé arrellanada en una reposera. Ambrosio los miraba desde la terraza, mientras trabajaba con su amigo para recuperar la empresa, cuando el timbre de su celular se hizo escuchar.

-Hola, cariño –dijo Ángela-. Disculpa que te interrumpa, pero mamá prometió bajar a la playa y no ha venido. ¿Sabes qué está haciendo?

-Dijo que guardaría algunas viejas pinturas en la buhardilla, después de reponer una lámpara quemada o algo así…

-¿No se trata de la lámpara que quitamos cuando guardamos el espejo, verdad?

-¡El espejo!

Inmediatamente Ambrosio quiso correr escaleras arriba, derribando un vaso cuya agua reverberaba en un resplandor iridiscente, al tiempo que caía con pasmosa lentitud hasta hacerse añicos contra el suelo.

En el mismo momento, Ángela insistía en comunicarse con su madre, hasta que tarde, respondió la llamada.

-Escucha, mamá, es importante, hagas lo que hagas no te mires al…

 

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